Opinión
Por
  • Laura Alins Rami

Delirante Ley Trans

La ministra de Igualdad, Irene Montero
La ministra de Igualdad, Irene Montero
E.P.

Hasta ahora, la ley de 2007, que regulaba el cambio de sexo, exigía que la persona estuviera diagnosticada por un médico en disforia de género, trastorno de identidad que sucede cuando una persona no se identifica con su sexo biológico. El recién aprobado Anteproyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI, conocido como ley Trans, da una paso más al contemplar la autodeterminación de género: se podrá cambiar de sexo en el registro sin tener que aportar ningún informe psicológico o médico, ni haber pasado por ninguna operación quirúrgica.

Podrá solicitarse desde los 12 años, con autorización judicial. De los 14 a los 16 años, sólo con consentimiento de sus representantes legales (que no tienen por qué ser los padres, ya que éstos podrían perder la custodia si se oponen a los deseos de su hijo), después de los 16 años el joven ya no necesita el permiso de los padres. El sexo pasa a ser una elección, una construcción, una opción cultural y versátil; no lo dicta la biología, basta la autopercepción. El deseo, voluble y caprichoso, el sentimiento o la voluntad adquieren categoría jurídica, dictan una ley, un derecho, por el que cada uno puede cambiar de sexo cuantas veces quiera y además obliga a todos los ciudadanos a financiar este proceso y sus consecuencias.

Tanto desde el punto de vista filosófico como científico esto es sencillamente un absurdo. Pero el absurdo es un término ligero para definir algo que constituye un verdadero abuso infantil y juvenil. La ley aboca a los adolescentes a poner en grave riesgo su salud; niega la orientación de un médico experto, necesaria en esta etapa de la vida tan convulsa, propone un proceso con bloqueadores de la pubertad que inhiben la producción natural de hormonas y ofrece otras hormonas propias de los caracteres del sexo deseado (a las que la persona estará sujeta de por vida); se suele continuar con cirugías de amputación, mamoplastias, mastectomías, material protésico, terapias de voz... Son procesos químicos y quirúrgicos irreversibles, dolorosísimos, con muchos efectos secundarios físicos y mentales; vidas y familias destruidas y el papel de los padres, médicos y expertos silenciado.

Es muy común que la identidad sexual no se estabilice hasta los 17 años; son muchos los estudios que corroboran que más del 80% de los niños que se hormonan, se arrepienten llegada esta edad. Pasada la adolescencia, el 95% de los jóvenes se identifican con su sexo biológico, aunque hayan pasado momentos de indefinición y dudas (y…, claro, no hayan caído en la propaganda y manipulación de los movimientos de género). Según la doctora Martínez Tudela -Hospital Carlos Haya de Málaga- en España habría 700 niños con disforia de género y la inmensa mayoría lo puede superar de manera natural llegada la pubertad. Pero la propaganda y el engaño son tan agresivos que en el Reino Unido y USA, por ejemplo, se ha multiplicado un 4.500% el número de niñas derivadas a clínicas de género donde se las dirige a bloqueadores y mutilaciones tempranas.

Suecia y Noruega, países pioneros en reconocer los derechos de las personas transgénero, están dando marcha atrás en los tratamientos para menores con disforia de género. Y es que este combate contra el propio cuerpo, contra la naturaleza, está perdido de antemano; es una batalla imposible de ganar. Los 30 billones de células de nuestro cuerpo -todas excepto los gametostienen dos cromosomas (de los 46) que determinan el sexo, hombre o mujer. No es posible cambiar de sexo, sí de apariencia.

Pueden darse excepcionalmente alteraciones cromosómicas que determinen personas singulares que deberán ser tratadas por especialistas de manera individual y profesional.

Por otra parte recordar que todos las personas somos iguales en dignidad, y también iguales ante la ley, con los mismos derechos y obligaciones, independientemente del sexo, orientación sexual, raza, nacionalidad, status social… Este principio básico recogido y protegido en nuestra ya antigua legislación (y q incluye la legitimidad de combatir cualquier odio o discriminación) es suficiente para regir las relaciones sociales…. Sólo es preciso hacer que se cumpla. Sin embargo la Ley Trans privilegia o discrimina positivamente a determinados colectivos, y por lo tanto lesiona las libertades de otros: bonificación a las empresas que contraten personas trans; asignación de vestuarios, baños, celdas en las cárceles, categorías deportivas… según el sexo que figure en el registro; prohibición de terapias de conversión; adaptación de contenidos y adoctrinamiento en todas las etapas educativas obviando el criterio de los padres; formación de los funcionarios en esta materia…

La Ley Trans sienta su base en la ideología de género, bien hinchada de dinero y poder político por parte del Estado y de organismos internacionales. Ideología anticientífica, vinculada a políticas demográficas antinatalistas (a más población, más riesgo para los países ricos), potenciada por magnates financieros a nivel mundial. Como otras anteriores se ha vendido a los españoles como valedora de derechos sexuales reproductivos, diversidad, igualdad… palabras tapadera de una intención política que manipula conciencias y vidas en aras de intereses globalistas. No nos dejemos engañar.