Opinión
Por
  • M. Engracia Martín Valdunciel. Abolicionistas Huesca

Terrorismo machista

La plaza de Navarra acogió el acto principal del Día de la Eliminación de la Violencia de Género.
Acto principal del Día de la Eliminación de la Violencia de Género.
Pablo Segura

Se ha apuntado que la banda terrorista ETA llegó a asesinar en España en torno a 850 personas a lo largo de medio siglo de historia. El terrorismo patriarcal, según datos de Feminicidio.net, ha segado la vida de 1359 mujeres desde 2010; sólo en 2022 contabilizan 99 asesinatos. Por supuesto, no se trata de entrar en una competición de crímenes, sino de llamar la atención sobre la diferente sensibilidad y capacidad de acción de la sociedad en general e instancias de poder, en particular, frente a la violencia en función de su procedencia.

Terrorismo patriarcal, terrorismo machista o terrorismo sexista podrían servirnos para definir e impugnar algunos de los mecanismos de reproducción del poder de los varones como colectivo sobre las mujeres. Como apunta Celia Amorós, conceptualizar bien resulta imprescindible para politizar bien. El patriarcado combina la socialización jerarquizada, la “naturalización” de los estereotipos sexuales que subordinan a las mujeres, con la dosificación del miedo o la muerte ¿Qué mayor dominio que el que se manifiesta a través del poder sobre la vida?

Sabemos que los asesinatos son apenas la punta del iceberg del poder patriarcal, en sus múltiples facetas, desplegado sobre el sexo femenino desde que tenemos conocimiento histórico. Es evidente que la modulación de la violencia sigue siendo nervio del sistema patriarcal -también en nuestras sociedades formal y falazmente igualitarias- señalando roles y espacios a las mujeres, restringiendo su capacidad de autonomía y libertad, ninguneando sus experiencias o, directamente, violando o matando. Administrar la violencia, sea la más brutal o la más sutil, induce a su invisibilidad, a su “normalización”, a que la sociedad no tenga conciencia de la barbarie machista.

Sin embargo, esa agresividad se ha hecho evidente, y no por casualidad, aunque de forma insuficiente a juzgar por el grado de indiferencia social y de políticas tacañas cuando no abiertamente contrarias a la igualdad entre los sexos, como ocurre con las “leyes trans”, promovidas tanto por la derecha como por la llamada izquierda (Véase Jornada de comparecencia de expertas). La conceptualización feminista ha puesto de manifiesto el abuso masculino en sus diferentes manifestaciones: los asesinatos son apenas un síntoma — es decir, una señal o indicio — de una barbarie de dimensiones colosales. Son exponente de una dominación primigenia, estructural, cambiante y adaptativa a lo largo del tiempo, que los varones ejercen sobre el otro sexo, la mitad de la humanidad.

Desde que nacemos, en el seno de la propia familia, a través del abono de los rangos del “rosa y el azul”. En el sistema educativo, que no cuestiona una cultura dominante androcéntrica y patriarcal que obvia a la mitad de la especie, cuando no la denigra; una escuela que no problematiza las formas sexistas de socialización; un espacio en el que, con el aterrizaje de la doctrina transgenerista, se están revirtiendo los pocos avances logrados en igualdad (Véase Congreso Internacional DoFemCo); un sistema educativo en el que el profesorado —“formado” en su mayoría en la jerarquía sexual y en el conocimiento sesgado— no dispone de nociones y herramientas para comprender y abordar las dinámicas que excluyen a la mitad de la ciudadanía. Ocurre lo propio en espacios laborales —costosamente conseguidos y al precio de dobles jornadas para las mujeres— en los que la infravaloración y el acoso sexual permanecen. Muestra su cara más brutal en la publicidad sexista, en la banalización de la violencia, en la cultura de la violación, en la persistencia y naturalización de industrias como la prostitución, sea o no filmada, el negocio de los “vientres de alquiler”… En cualquier ámbito de poder donde se relega a las mujeres por el hecho de serlo. El sistema patriarcal exalta la agresividad, la explotación, el silenciamiento y la humillación de las mujeres ¿Qué mensajes manda a la sociedad esa pedagogía de feroz hostilidad hacia el sexo femenino?¿Podrían ser considerados esas prácticas y discursos, en sí mismos, apología de la violencia?

Por eso, no valen las condenas de los crímenes de los medios de comunicación, influencers u opinadores de toda laya que, muy a menudo, espectacularizan la brutalidad invisibilizando o ignorando sus raíces profundas. Tampoco son suficientes los golpes de pecho de políticos y políticas de turno, de los y las responsables de gobernar, mientras no impugnen y aborden su origen: la violencia soterrada, cotidiana, consentida y naturalizada que nutre al patriarcado en feliz alianza con el capitalismo. Si no se acometen políticas multidimensionales y de largo alcance para desactivar el sexismo, aggiornado en el contexto neoliberal con nuevos ropajes y discursos, las repulsas quedan en un bienquedismo que indigna e insulta la inteligencia. Feminismo o barbarie.