Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

La “cobra” de Mohamed VI

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánche, junto al primer ministro, Aziz Akhannouch, en Rabat.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánche, junto al primer ministro, Aziz Akhannouch, en Rabat.
EFE

Una de las características esenciales de las monarquías absolutas como la de Marruecos es que en los países donde existen solo manda el rey. Por eso, decir que da lo mismo si Mohamed VI ha recibido o no a Pedro Sánchez en Rabat es como cuando alguien te cuenta que tiene un lío con Shakira, pero en realidad solo ha visto a su exsuegra. 

He asistido a muchas reuniones hispano marroquíes, antes y después de que se inventara ese feo acrónimo de las Reuniones de Alto Nivel (RAN), antes y después de vivir durante cerca de seis años en Rabat, y no me viene a la memoria ninguna ocasión en la que un jefe de Gobierno español no fuera recibido por el Rey de Marruecos con toda la pompa. Incluso era habitual que el ministro de Exteriores de España también pasase siempre por el Palacio Real. 

Recuerdo haber asistido personalmente al cabreo de un entonces vigoroso Javier Solana, cuando decidió abandonar el país con cajas destempladas porque Hassan II lo tuvo esperando un día entero y eso le pareció -con toda razón- una descortesía y un desprecio al país que estaba representando, es decir a España. A la quinta vez que le contestaron que “aún no”, anuló todo y se fue al aeropuerto. No sé en qué estaba pensando Mohamed VI cuando decidió quedarse en Gabón con sus amigos en vez de volver a Rabat a reunirse con el presidente del Gobierno, siquiera un par de horas, porque otra de las características de un dirigente despótico como es el caso es que no tiene que dar explicaciones. 

Él sabrá por qué ha querido humillar hasta este punto a Sánchez, dado que no podía ignorar que el presidente del Gobierno había apostado por esta reunión como prueba del nueve de que su estrategia con Marruecos ha dado sus frutos. Lo que no llego a entender es que el presidente del Gobierno haya no solo aceptado sino incluso aplaudido esta monumental “cobra”, además gratis, a cambio de nada. Para hablar un rato por teléfono con el Rey de Marruecos, no tenía que haber ido a Rabat y menos si fuera verdad, como dice ahora el ministro Albares, que Mohamed VI ya le había advertido que no estaría. Sánchez debió haber respondido que en tal caso se quedaba en Madrid, con el pretexto, por ejemplo, de la complejidad de la situación en Ucrania. Al contrario, al intentar explicarlo con mentiras ha dado la impresión de que le ha faltado poco para ir a darse una vuelta por Gabón.

Para resumir: la famosa cumbre que debía restablecer las relaciones normales con Marruecos, ha sido una filfa. Por parte marroquí no estaba el que manda y en lado español, medio gobierno no está de acuerdo con esa reunión, lo que significa que cualquier cosa que se haya acordado vale lo que vale. 

Los propagandistas de Moncloa han encontrado una nueva fórmula que supone que como muestra de fraternidad, ahora lo que haremos es no hablar más de los asuntos que molestan al otro en “sus esferas de soberanía” que es en mi opinión una consigna claramente inmoral cuando se trata de países no democráticos. 

Eso explicaría por qué el grupo socialista español votó en solitario hace una semana en contra de una resolución del Parlamento Europeo en la que se reclamaba al régimen marroquí respeto a la libertad de prensa. Tal vez eso entra ahora dentro de la “esfera de soberanía” marroquí y quiere decir que ya no hay que tratarlo. Uno de los eurodiputados socialistas a los que más aprecio, el ex ministro Juan Fernando López Aguilar, admitió entonces que a veces el pragmatismo político obligaba a “tragarse sapos” para justificar que votasen a favor de Marruecos en un tema de derechos fundamentales, porque se lo mandó Sánchez, tal vez como gesto desesperado para complacer a Rabat. Me pregunto qué pensará ahora López Aguilar, a la vista de la estruendosa inutilidad de haberse tenido que merendar este gigantesco batracio, crudo, con piel y todo. Nada nuevo en los asuntos de mayor interés en la frontera de Ceuta o de Melilla, mientras que las autoridades marroquíes agradecen a Sánchez con recochineo su “cambio de posición sobre el Sahara”. 

Esta no es sino la enésima señal de sumisión del presidente del Gobierno hacia Marruecos. La lista es larga empezando por aquella carta fantasma en la que Rabat anunciaba que España reconoce como buenas sus pretensiones sobre el Sahara Occidental, que fue un hecho tan extraño e irregular en la historia de las relaciones entre los dos países como lo que ha pasado ahora. Nada de lo que hemos visto después del escabroso caso Ghali, el jefe del Polisario que vino a curarse del covid a España, nada digo tiene precedentes en las relaciones entre España y Marruecos. Y sobre esta constatación sobrevuela como una bandada de buitres la sospecha del espionaje del teléfono de Sánchez y el de varios ministros, lo que convierte esto, en mi opinión, en un asunto extremadamente grave que pone en peligro la seguridad nacional. 

Sánchez está obligado a explicarse para desmentir las sospechas de que está siendo sometido a un chantaje por parte de Marruecos, una posibilidad que a día de hoy es mucho menos extravagante que hace una semana. Sé que no dirá nada, entre otras cosas porque está acostumbrado a mentir sistemáticamente y además es alérgico a la transparencia. Que no se preocupe porque cuando les interese ya lo contarán los marroquíes. Las humillantes genuflexiones ante un régimen despótico no sirven nunca para nada. Debería saberlo.