Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

Metedura de pata tras metedura de pata

Oriol Junqueras en el Parlament
Oriol Junqueras.
Agencia EFE

Me había propuesto escribir esta semana sobre algo que no tuviera nada que ver con el Gobierno, como un ejercicio para probarme a mí mismo que existen otros asuntos que pueden suscitar el interés de los extraordinarios lectores que tiene este periódico. De hecho ya tenía medio terminada una reflexión sobre otra cosa, hasta que el lunes nos explotó un nuevo escándalo que es imposible pasar por alto, no solo para un modesto opinador como yo, sino para cualquiera que tenga dos dedos de frente y se preocupe honestamente por el futuro del país. Me refiero a la sentencia del Tribunal Supremo que confirma por enésima vez la supina incompetencia del Gobierno en materia legislativa, otra prueba evidente de que no saben ni redactar correctamente sus propios enjuagues. No es solo que ya le hayan tumbado por inconstitucionales dos estados de alarma, no es que hayan colado ese esperpento de ley del “sí es sí” que solo ha servido para liberar o rebajar la pena a centenares de violadores condenados. Es que meten la pata hasta cuando hacen una ley a medida de sus objetivos políticos con el objetivo evidente de beneficiar a sus socios independentistas. Es como lo de encargar trenes más anchos que los túneles, que parece un chiste pero no lo es. Esto también es muy serio y demuestra dos cosas: la primera que este gobierno, con el mayor número conocido de asesores a su servicio, con varios jueces en el consejo de ministros, no tiene ni idea de hacer leyes y cada intento es un estropicio más abracadabrante. Y en segundo lugar que esa idea con la que decidió fabricar estas últimas reformas del Código Penal, supuestamente para desinflamar la situación en Cataluña, eso que proclamaron como el camino para “desjudicializar” la política, es en realidad una trampa y lo que significa es la consagración de la arbitrariedad, hacer que el poder se pase la legalidad por el arco del triunfo, que es la antesala de cualquier tiranía.

En condiciones normales, quiero decir en cualquier país democrático y decente, el presidente habría tenido que dimitir ya cuando se descubrió que su tesis era un plagio y que él mintió para evitar que eso se supiera. Ningún otro jefe de Gobierno podría seguir tranquilamente en su puesto cuando el Tribunal Constitucional le declara ilegales sus decisiones sobre los derechos fundamentales. En fin, por el ridículo del adefesio de la ley esa de Irene Montero, al menos habría tenido que caer algún ministro, sino varios. Por esta chirigota en la que se demuestra que no saben hacer ni siquiera trampas en el solitario, no me imagino que en cualquier otro país el Gobierno pudiera seguir en su puesto ni un segundo más. He oído a algunos del coro habitual de defensores de lo indefendible quejarse de que en realidad son los jueces los que interpretan las leyes para fastidiar al gobierno y que no aplican con los prevaricadores el mismo criterio favorable que si utilizan con los violadores, cuando lo que ha pasado es sencillamente que tanto lo del “sí es sí” como lo de la prevaricación, son técnicamente sendas chapuzas. No hay ni que juzgar las intenciones con las que las diseñaron, es que los efectos de las dos reformas están siendo lo contrario exactamente de lo que pretendían sus autores. Visto lo visto, creo que lo más razonable sería paralizar todas las iniciativas legislativas que faltan y que se meten en jardines tan complejos como el cambio de sexo o los derechos de los animales, porque existen muchas probabilidades de que sean otras tantas patatas técnicamente hablando.

Y sin embargo, aquí estamos, con Pedro Sánchez haciendo vídeos falsos como si tal cosa, para ponerse medallas por haber subido el salario mínimo con el dinero de los empresarios. Si a mí me hubiera pasado una cosa tan gorda tengan por seguro que no me habría atrevido a salir a la calle sin pedir antes perdón públicamente. Ahora que lo pienso, Sánchez tampoco se atreve a salir a la calle, pero no porque se avergüence de semejante metedura de pata, sino porque se arriesga a ser abucheado por mucha gente. Ya he dicho muchas veces que en el caso de la imagen pública de Sánchez ha pasado hace tiempo el umbral de la crítica ordinaria y ha entrado en la zona de rechazo irreversible, alergia diría yo, para una parte creciente de la sociedad y él lo sabe. Cómo será la cosa, que se ha hecho hacer una modesta serie de televisión hagiográfica y, ¡ah sorpresa! debe ser tan delirante que no se atreve a emitirla ninguna cadena de televisión. Y seguramente le están haciendo con ello un favor porque tengo para mí que exhibir eso no haría sino aumentar su ridículo. Sánchez dice que quiere pasar a la historia, pero no será como él se imagina.

Y lo peor es que aún no lo hemos visto todo. Después de esto, los socios independentistas de Sánchez acudirán sin duda al Tribunal Constitucional, donde ahora también sabemos que Sánchez dispone de un presidente a su medida, alguien que ya ha dejado dicho que está dispuesto a “manchar su toga con el barro de la política”, es decir someter a la justicia al poder que, repito, es caminar sin frenos hacia el totalitarismo. Si otros partidos lo hicieron antes, estuvo mal. Si el PSOE de Sánchez lo hace ahora, no podrá quejarse de que lo vuelvan a hacer los demás y unos y otros habrán aniquilado el constitucionalismo en España.

Creo que ha llegado el momento de que los que aún aprecian a Pedro Sánchez empiecen a decirle la verdad, que este chicle suyo ya no da más de sí, y que no vale todo solo para seguir siendo presidente del Gobierno. El Supremo le ha dicho también que la reforma de la sedición ha dejado al Estado sin recursos para contener la próxima andanada de los partidarios de desmembrar el país y no me cabe ninguna duda de que estos van a utilizar la situación para volverlo a hacer. Por desgracia, para poder restablecer cuanto antes la sensatez y el sentido común hace falta otro PSOE. El que maneja Sánchez está abrasado por tanta indignidad.