Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

Humanizar a Sánchez

Pedro Sánchez junto a Javier Lambán en su visita a Zaragoza en septiembre de 2021.
Pedro Sánchez junto a Javier Lambán en su visita a Zaragoza en septiembre de 2021.
EFE

HUMANIZAR a Sánchez es el lema de la última campaña de imagen que ha lanzado la factoría Moncloa Productions. Es curioso que este enunciado sirva también de confesión involuntaria, porque si alguien ha de ser humanizado significa que ahora mismo anda muy lejos del humanismo, del humanitarismo o del pensamiento humano en general. Los que se preocupan por parecer más humanos será que reconocen que no lo son o que se han dado cuenta de que por alguna razón hay una parte creciente de la sociedad que cree que no lo son. Y tan importante debe ser esa parte creciente de la sociedad, que han considerado necesario dedicar una campaña de imagen.

En resumen, Pedro Sánchez cree que basta con unos cuantos cortometrajes hechos con cameo de primos y amigos para humanarse a sí mismo o para convencernos a los demás de que está en ello.

No sé a quién se le ha ocurrido esta tontería, pero le puedo adelantar que es poco probable que funcione. Invertir dinero y tiempo en una operación de imagen para intentar caerle más simpático a la gente que aborrece profundamente lo que Sánchez ha hecho y ha dejado hacer como presidente del Gobierno es como hacerle una operación de cirugía estética a un elefante para que se parezca a una lagartija. Una peliculita de diez minutos no basta para tapar todo lo que ha sucedido en España desde que dijo que no podríamos dormir tranquilos si el PSOE formaba una coalición con Podemos, justo antes de someterse a una coalición con Podemos. En los últimos dos años han pasado cosas que no pueden dejar indiferentes a una sociedad y no veo ninguna humanidad en esta lista de barbaridades que ha ejecutado con sus propias manos, desde el apaño del código penal para beneficiar a los delincuentes a la aprobación sin el menor debate de leyes imprudentes y temerarias sobre los principales momentos de la vida, de la muerte o de la identidad sexual, sobre nuestra historia, sobre la independencia de los jueces o hasta sobre la relación que podemos tener con los animales.

Todos hemos asistido al ninguneo de la Transición, a desprecios dolorosos a la Corona que han llevado a don Juan Carlos a un injusto exilio y al mismo tiempo hemos tenido que aguantar las arcadas que produce la excarcelación de asesinos terroristas que vuelven a su casa sin el menor asomo de arrepentimiento. No hay sitio aquí para que yo les aburra contando lo que pienso sobre cada una de esas cosas, porque además seguramente ya se lo pueden imaginar; de lo que quería hablar ahora es de ese desprecio absoluto por el sentido común y la dignidad de las personas a las que tal vez Sánchez pretende convencer ahora con el brillo de un espejo, como si fuéramos indios del Amazonas y él un mercader de abalorios. 

No veo cómo puede cambiar la percepción mayoritaria de los efectos intolerables de esa ley del “solo sí es sí” (denominación que encierra la misma dosis de tontería que si dijera “cuando lo sepa lo sabré”) con un spot publicitario filmado en una biblioteca previamente desalojada por la policía, para contar con un tono narcisista más falso que una moneda de tres euros que va a aumentar las becas a los estudiantes. Tal vez cree que hay votantes que se dejarían comprar, lo que es otra prueba del desprecio con el que el autor de esta campaña contempla la relación del poder con los ciudadanos: yo te pago y tú me votas. Nos equivocamos con los trenes que no caben en los túneles, pero a cambio te regalan el billete para ir en los viejos, siempre con dinero público.

En fin, basta con darse una vuelta por las redes sociales para ver que detrás de esos vídeos no hay más que unos robots que aplauden automáticamente lo que les ordenan y que apenas destacan en medio del impresionante coro de improperios más o menos de mal gusto, que van del “¡que te vote Xapote!” para arriba. Eso significa que Sánchez no puede darse un paseo por la calle, no puede ir a un acto público en el que no se controlen los asistentes. Muy triste que alguien que se preocupa por cómo pasará a la historia y que ahora quiere ser más humano no pueda demostrarlo yendo de verdad a un mercado o a un parque para escuchar lo que la gente piensa de él.

Tal vez ganaría algún punto si se saltase la debida confidencialidad del Consejo de Ministros y nos dejase asistir a las trifulcas que me imagino que escenifican allí él y sus socios y sin embargo enemigos de Podemos. Es un poco vergonzoso que un presidente del Gobierno no tenga autoridad sobre una parte de sus ministros y que no se atreva a cesar a los más ineptos, a pesar de que no hay dudas de que lo son y de que le están haciendo un agujero monumental en las encuestas. Da pena que no pueda ni siquiera decidir a quien nombra ni a quién cesa porque es prisionero de los chantajes políticos a los que quiso someterse. Debe ser espantoso tener que aguantar a esa murga de “la banda de la tarta” dándole lecciones sobre lo que tiene que hacer en Ucrania, justo después de volver de un Consejo Europeo en el que estaba Zelenski. Sinceramente, se ve muy lastimoso que tenga que avalar las obsesiones de sus socios con todas las banderas de subversión social que encuentran o se inventan, mientras no pocos responsables de su partido de tradición razonable lo contemplan perplejos desde el rincón al que les ha enviado. Debe ser desgarrador contemplar cómo se está destruyendo deliberadamente la arquitectura del sistema constitucional habiendo jurado defenderla y hacerla cumplir. Ahí si que veo yo una pista: sería mucho más humanitario ayudarle a que cambiase de socios y de política. Pero él quiere que cambiemos los demás. Y con vídeos falsos. Va a ser que no.