Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Un Parlamento moribundo

Vista general del Congreso de los Diputados durante la sesión de este jueves.
Vista general del Congreso de los Diputados.
E.P.

CADA vez que asisto a una sesión de control parlamentario al Gobierno, en las que lo que se pregunta no son las cosas más importantes y lo que se responde es siempre una nadería, evasiva y a menudo faltona, doy en mayor grado la razón al destacado político que hace unas horas me aseguraba que “nuestro Parlamento está muerto”. No me atrevería yo a ir tan lejos, pero sí creo que, si no muerto, sí al menos moribundo: algunos lo quieren convertir en un circo y otros lo quieren relegar a un papel irrelevante. Y, a este paso, el Ejecutivo acabará tragándose también a este clásico poder de Montesquieu, como ya ha devorado parte del judicial y, cómo no, del cuarto poder, el mediático, nunca menos poderoso que en estos tiempos, valga la reiteración.

Que Sánchez jamás contesta a una pregunta algo comprometida -tampoco son tantas, la verdad- lanzada desde los escaños de la oposición es ya una obviedad: se limita a culpar a la oposición de “no arrimar el hombro”, de estar violando la Constitución o, como este miércoles, de no “volver al redil”. Si el concepto que el presidente del Gobierno y aspirante a lo mismo en diciembre tiene de lo que es la tarea de la oposición, arrimar el hombro en favor del Gobierno y volver al redil, es que tiene una muy vaga idea de lo que es el juego de partidos en una democracia.

Si la oposición piensa que su tarea es decir que el Gobierno todo lo hace mal y que quiere destruir el sistema, muy equivocada estará: lo excesivo, decía Talleyrand, acaba siendo irrelevante. Aunque he de advertir que ahora, en esta etapa del PP, parece que se intentan reconducir las cosas hacia posiciones más centradas, al menos desde los principales despachos de la sede en la calle Génova, que ya es algo.

Pero, y que cada cual se apunte su porcentaje de culpa, el diálogo entre las grandes fuerzas es inexistente; las alianzas ‘contra natura’, de extraños compañeros de cama, es algo ya considerado como lógico, lo mismo que las peleas legislativas en el seno del Ejecutivo; el hecho de que ninguno de los grandes temas sobre el tablero nacional -cómo actuar ante la cada vez más peligrosa guerra en Ucrania, o el control en el reparto de los ‘fondos next generation’ o por qué el cambio de la postura oficial en el tema del Sahara, por ejemplo- nunca hayan sido objeto de un debate parlamentario en profundidad resulta altamente indicativo de la inanidad de nuestra actividad parlamentaria. Una actividad que se resume en sesiones de control que más parecen el juego de los despropósitos y en la algo caótica tramitación de nueva normativa, habitualmente por decreto-ley y tantas veces mal fundamentada y peor construida desde sus redactores en los ministerios.

Las cuestiones socialmente más espinosas, como la reforma del Código Penal, el ‘sí es sí’, la modificación legal para la renovación de magistrados del Constitucional o la ‘ley trans’ se debaten con nocturnidad y mucha alevosía, no de manera abierta y lo suficientemente demorada en el Congreso; las relaciones personales entre los grupos están reducidas al máximo y hasta la buena educación parece haber huido no pocas veces de la Carrera de San Jerónimo, enterrada en una deficiente calidad parlamentaria.

El hecho de que una diputada de Junts -que se comporta habitualmente de manera exaltada y desequilibrada- retire la bandera nacional para no ser retratada con ella al fondo se considera ya casi algo insignificante, propio de una infantil provocación fanática más. Y lo de la moción de censura presentada por Vox y encabezada por Ramón Tamames podría haber salido de la feraz imaginación de Valle Inclán.

Congreso y Senado -cuánto se ha hablado de reforma de la Cámara Baja, así como de la mejora de los reglamentos de ambas cámaras, y hasta ahora nada- son en estos momentos instituciones ajenos a la calle y a los que la calle les es, en realidad, ajena. Están ambos mal y escoradamente dirigidos, mal gestionados y mal inspirados. Y encima, están todos ellos encantados de haberse conocido.