Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

El 8-M

Diversos actos diversos actos que salpicaron la geografía altoaragonesa con motivo del Día Internacional de la Mujer.
La geografía altoaragonesa registró el año pasado diversos actos con motivo del Día Internacional de la Mujer.
S.E.

SOY DEFENSOR implacable de la igualdad en derechos y obligaciones de todas las personas y me podría tatuar el artículo 14 de la Constitución hasta la última tilde, pero esto del 8M me da un poco de galbana. Primero porque personalmente la efeméride se me ha quedado pegada a la insensatez de mantener a toda costa la celebración de aquella manifestación perfectamente prescindible en la época más dramática del comienzo de la pandemia, cuando ya estaba claro que sería una explosión de contagios. Solo por eso, esa banda de insensatas de pensamiento adolescente que desde el Gobierno se dedican a poner a prueba la paciencia de la gente de bien con sus obsesiones enfermizas, deberían pedir perdón eternamente cada 8 de marzo por aquella majadería. 

No discuto la idea de que se celebre una manifestación que formalmente reivindica la igualdad entre todas las personas, pero me parece un contrasentido que se haga a base de resaltar específicamente una diferencia y dado que solo se glorifica la condición femenina, a mí me hace sentir excluido o en todo caso no concernido. 

Después está la mayor contradicción de todas, que en vez de celebrar lo muchísimo que hemos avanzado para lograr esa igualdad efectiva en todos los sentidos, lo que se hace es presentar las cosas como si todo estuviera cada vez peor hasta hacer que parezca que la vida de las mujeres sea ahora más insoportable que jamás, lo que es estrictamente falso. Me consta que hay muchas mujeres sensatas que piensan lo mismo que yo, ellas lo pueden decir, pero yo me arriesgo a recibir una tunda de insultos y descalificaciones, algo que también dice mucho del talante inquisitorial que puede hallarse a veces debajo de la bandera del feminismo militante.

Constato además que el movimiento se ha sumergido en una atmósfera de división que enfrenta a las corrientes radicales con las aún más radicales, que en otros ámbitos serían consideradas “integristas”, ambas dedicadas a discutir sobre conceptos estrictamente irreconciliables entre ellos y que en la mayoría de los casos desafían no solo el sentido común, sino la realidad misma, y entran en un círculo vicioso de lo absurdo. Hace solo unos días que se publicó en el BOE una de las piezas de legislación más estrafalarias que han pasado por esas venerables páginas, la llamada “Ley Trans”, una boñiga diseñada por el sector “integrista”, que entre otras consecuencias elimina de un plumazo toda la legitimidad del feminismo como reivindicación: si uno puede decidir cuando quiera si es hombre o mujer, no hay ninguna razón entonces para que haya leyes que protejan a unas o a otros porque bastaría con cambiar su inscripción registral para resolver el problema. 

Y para los que estamos bien con el género que nos ha repartido la naturaleza, esa mala ley contiene una dosis espeluznante de totalitarismo porque prevé multas de aúpa de más de cien mil euros, que para colmo de arbitrariedad se pueden imponer sin intervención judicial, en caso de que una persona que ha decidido cambiar su sexo en el registro pero no su apariencia, te denuncie por no tenerlo en cuenta si lo tratas como lo que estás viendo y no como él o ella ha decidido que se siente en su interior.

Y si me faltaban razones para mirar esta efeméride con suspicacia, basta con añadir la determinación de Pedro Sánchez por utilizarla de escenario para su respuesta demagógica a la catástrofe que le anuncian las encuestas electorales. 

Hace tiempo que dije que creía que su imagen ha llegado a tal grado de deterioro que me parece que ya no podrá recuperarse. Se le acumulan los problemas, desde la corrupción del estilo más cutre en su partido a la deslocalización de Ferrovial, que a juzgar por sus gesticulaciones le ha sentado como una patada en la boca del estómago, pasando porque no sabemos qué ha hecho con los fondos europeos y está a navajazos con sus socios de coalición. 

Cualquiera de estas cosas bastaría para que pusiera fin a esa nefanda asociación política y de paso a la legislatura. 

Pero no lo hará a pesar de que tiene a varios ministros en abierto desafío contra su decisión de tratar de taponar los terribles fallos de la ley que llaman “solo sí es sí” y se disponen a votar en trincheras distintas en el Congreso para aprobar una reforma que de todos modos jamás podrá deshacer todas las liberaciones y rebajas de condenas que ya se han dictado. 

Van a ir en manifestaciones distintas y en concreto esa incompetente redomada que detenta el puesto de ministra de Igualdad, que hace tiempo debería haber sido fulminada, se ha declarado prácticamente en rebeldía. Si fuera mujer, me daría vergüenza que me representase esa cuchipanda de ineptas redomadas, que en su borrachera de poder han creado muchos problemas y no han resuelto ninguno mientras se dedican a cosas inauditas como imponer un reglamento de actividades sexuales y a determinar cuál es el tipo de placer que corresponde a cada cual.

Y como se trata de demagogia, el presidente del Gobierno no puede quedarse atrás y quiere competir en militancia feminista. Por ello no se le ha ocurrido otra cosa que anunciar la adaptación de forma atropellada, -norma de la casa esta legislatura- de una norma que ya había sido aprobada a escala europea, sobre la obligatoriedad de que haya tantas mujeres como hombres en los órganos directivos de las empresas y que forma parte de esa -para mí- humillante doctrina de las cuotas, que las presupone incapaces de lograr estos objetivos por sí mismas. 

Asistir a la ascensión en telesilla legal de mediocres debe ser muy doloroso para aquellas mujeres brillantes que han logrado llegar a la cima de su profesión por sus propios méritos. En cuanto a las listas-cremallera, recuerdo que fue precisamente el PSOE el primer partido que las introdujo y el resultado no fue más que añadir complicaciones a las que ya existían. Claro que, como ahora se puede cambiar de sexo, habrá alguno o alguna que se lo piense con tal de tener un escaño. Pero en este caso, esas listas que haga el PSOE, con o sin cremallera, me parece que serán el canto del cisne para Sánchez.