Opinión
Por
  • Laura Alins Rami

Alma femenina

La manifestación a su paso por el Coso Alto de Huesca este miércoles.
La manifestación a su paso por el Coso Alto de Huesca este miércoles.
Pablo Segura

EN TORNO a la celebración del día de la mujer y sin duda volvemos a escuchar las eternas consignas a cerca de los derechos de la mujer (una mujer frágil e infantil, oprimida por el hombre), esas consignas que no se atreven a profundizar en la verdad de la mujer y que solo atienden a una parte de sus aspiraciones.

A propósito, desgranamos algunas ideas del interesante ensayo La mujer femenina, de María Calvo, profesora de Derecho de la Universidad Juan Carlos III, en el que nos previene de cómo la actual ideología y políticas feministas, intentan acabar con la identidad femenina y sofocar sus más íntimos anhelos.

Hoy día la mujer, sin duda, en lo público es el sexo fuerte, sobre todo en el campo de la educación y en el profesional. En el ámbito de la educación, según los informes PISA de la OCDE, las niñas están ensombreciendo a los niños. El 60 % de las mujeres accede a la universidad frente al 40 % de los varones; en ejecución de másteres, desde el punto de vista numérico, las mujeres aventajan a los varones y en doctorados los igualan. La OCDE señaló en el año 2022 que en puestos de dirección y de alta cualificación ya hay más mujeres que hombres, sobre todo en el ámbito de la sanidad, educación y en el sector del marketing y de las relaciones públicas y comunicación. En la educación, en las ramas referidas a tecnologías, ingenierías y matemáticas, las mujeres van bastante por detrás de los hombres -no son pocos los proyectos para corregir esta “anomalía”, tan políticamente incorrecta-. Que la mujer tenga capacidad para destacar en estos campos no significa que quiera hacerlo; demos libertad a la mujer para decidir por sí; ¡esta igualdad a martillazos no es igualdad! Existe un factor natural que hace que la mujer tienda preferentemente a carreras más humanizadoras, relacionadas con lo social, lo interpersonal.

Pero la mujer, triunfadora en el ámbito público, no lo es en el privado. Ella ha conseguido unas altas cotas de autonomía e independencia, pero no de libertad, ya que está sometida a numerosas esclavitudes: anticoncepción, aborto, renuncia a la maternidad y a la ética del cuidado en pro del desarrollo profesional, identificación de su autodesarrollo con su profesión, desfeminización, desprecio del hombre por ser considerado el origen de todo mal, necesidad de ofrecer una imagen de mujer empoderada, triunfadora, capaz… Esta realización autorreferencial, que fractura el corazón de la feminidad, está llevando a la mujer a la soledad y al vacío existencial. Y es que la huella sicológicomaterna (que hace preocuparnos por los demás, seamos madres o no) es imborrable en la mujer y debe desarrollarse de manera equilibrada y armónica junto a esa otra huella profesional. Para que la mujer pueda aspirar a la felicidad, urge defender la maternidad y la esencia femenina, ahora en crisis, y recuperar la alteridad sexual, fundamento antropológico del ser humano.

Con los avances de la neurociencia esta especificidad femenina, tan defendida por pensadores diversos -como San Juan Pablo II, que nos habla del genio femenino, Chesterton, Edith Stein, o García Morente en España- se ha convertido en irrefutable. Desde la octava semana de la gestación el pequeño cerebro, según sea influenciado por las hormonas masculinas (testosterona) o femeninas (estrógenos y oxitocina) será ya un cerebro masculino o femenino biológicamente hablando, de forma natural. Además todas las células de nuestro cuerpo son sexuadas, por lo que los principios de la ideología de género son una absoluta falacia.

Es necesario pues, un nuevo feminismo que defienda y armonice la masculinidad y la feminidad. Un feminismo que preserve la diferencia, esencia e identidad femenina y masculina, y que valore la complementariedad e interdependencia entre hombre y mujer, tan necesarias para su equilibrio, enriquecimiento y madurez, tanto personal como de pareja.

Resolver el conflicto que puede surgir entre maternidad y profesión, requiere la entrada plena del hombre en el hogar y que, además, el sistema y las administraciones den un giro copernicano para valorar la maternidad, no sólo como un bien privado, sino como un bien social, de tal manera que esté absolutamente apoyada por lo público. Ésta debería ser la gran reivindicación en el día de la mujer. La mujer debe reclamar la libertad de ser ella misma, de elegir ser ama de casa o desarrollarse profesionalmente, o combinarlo; de que no se la etiquete ni encasille. Y el sistema apoyar tanto a la madre que se decida por el cuidado pleno de los hijos en el hogar, como a la que prefiera simultanear la crianza con su profesión; además de estudiar formas nuevas de reincorporar a la mujer al trabajo después de la maternidad que favorezcan la vida familiar.

La sociedad inteligente, además de aprovecharse del genio femenino, debería mimarlo y custodiarlo. La mujer tiene otra visión del mundo, es capaz de empatizar y resolver problemas pacíficamente, de simultanear tareas y pensamientos, es constante, fuerte, detallista, creativa y tenaz, es intuitiva y ese sexto sentido penetra en las necesidades de los demás, ella lleva las emociones a su entorno, al trabajo, y siente las del otro junto con sus problemas, ella humaniza el trabajo, ella es necesaria.