Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

Pues ya está

Pedro Sánchez es aplaudido por los suyos tras ser investido presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez es aplaudido por los suyos tras ser investido presidente del Gobierno.
E. P.

ESPERO que a Begoña Nasarre, la diputada del PSOE por Huesca, se le haya pasado el dolor en las manos de tanto aplaudir durante la sesión de investidura más infame que he conocido en mi vida. No se confundan ustedes, la elección de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno es legal y legítima, ahí no me pillarán en un renuncio. Si estuviera en el mismo mundo que sueñan muchos de sus socios podría decir que en ese Congreso de los Diputados había 13 aragoneses, de los cuales ocho votaron en contra de Sánchez y solo le apoyaron 5, para alegar que en Aragón Sánchez no está legitimado y sin embargo creo que si lo está. Lamentablemente, pero lo está. Lo que me resulta terriblemente insoportable es saber que ha sido a costa de un monumental fraude (político, moral, ético, histórico, ponga ahí los adjetivos que le alcancen porque con uno solo no basta para expresar la gravedad de esta tropelía) como no se había visto en España desde los tiempos de Fernando VII. Ver ahí a todo un presidente del Gobierno celebrando que está sometido al chantaje mafioso del independentismo, humillado como un pelele por unos cuantos impresentables que se permiten el lujo de amenazarle a la luz del día, a mi me produjo una sensación muy amarga. No puedo olvidar el gesto de Adolfo Suárez, que permaneció firme y en pié ante las pistolas de los golpistas del 23-F porque prefirió jugarse la vida a aceptar que se viera por los suelos al presidente del Gobierno. Ahora se me revuelven los hígados cuando constato con perplejidad que uno de sus sucesores asume sin un leve mohín que le digan en voz alta y en el mismo Congreso de los Diputados que se vaya aflojando el cinturón, mientras sus inanes aplaudidores lo celebran con gran gozo y deleite. Aplauden hasta los que han decidido quemar su propia dignidad en el altar de sacrificios al gran embaucador, como un tal Guillermo Fernández Vara que llegó a decir que se iría del PSOE si Sánchez pactaba con los independentistas y ahora está esperando el motorista por si le cae un puesto de ministro.

Y todo resulta que es para protegernos de la sombra de la extrema derecha, de esa sombra siniestra de Vox que si no existiera la tendrían que inventar porque después de un expediente inigualable de mentiras y “cambios de opinión” a Sánchez ya no le quedan más argumentos. El gran Ramón J. Sender describía una situación equivalente en “Crónica del alba”. Contaba la historia de un muchacho que quería hacer mucho daño a su profesor de matemáticas y para ello se fue de putas para pillar unas purgaciones, que después contagiaría a la criada de su casa y esta a su padre, su padre a su madre y esta, por fin, al profesor de matemáticas. Para excluir a Vox porque se supone que representa un peligro para la democracia, Sánchez y sus seguidores han decidido cargarse la democracia pactando una amnistía con los delincuentes que juraron castigar, a costa de someter al poder judicial a las veleidades de la política. Intentar hacer eso, es decir, aplastar a los jueces al albur de la mayoría política es lo que intentaba hacer el israelí Benjamin Netanyahu y le cayó la del pulpo -con razón- con todo el “progresismo” a la cabeza, especialistas en ver la paja en el ojo ajeno y no ver el camión en el propio. Eso de que la soberanía de las mayorías está por encima de la ley es una barbaridad supina, fuente de injusticias y de arbitrariedades. No se puede admitir de ninguna manera que la política esté por encima de la ley y que Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, diga que una cosa es constitucional o no, dependiendo de si le interesa a él. Entre otras cosas porque tendríamos que admitir que cuando cambien las mayorías se vuelvan a cambiar las reglas del juego, lo que nos llevaría a un desorden permanente o una situación como la de Venezuela, donde se cambió la ley, pero para evitar que jamás vuelva a haber alternancia.

Tanto empeñarse en no ver lo que no quieren ver, muchos sanchistas querrían que los demás renunciásemos a recordar que están llamando fascistas a los que defienden lo que ellos mismos defendían con toda claridad hasta hace solo tres meses. Nunca, nunca jamás, se podrá hacer pasar esta traición por un gesto noble porque se trata de una estafa que humilla a las instituciones del Estado y pone en peligro la convivencia de todos. Cuando en una carretera a los amiguetes se les retiran las multas por pasarse semáforos en rojo, ya nadie puede cruzar en verde y estar seguro.

La fórmula que ha repetido ante el Rey para asumir el cargo incluye la promesa “por mi conciencia y honor” de cumplir y hacer cumplir la Constitución, cuando ya sabemos de sobras que Sánchez carece de conciencia o de honor y que su palabra vale menos que un billete de trece euros. Ya tiene lo que quería, el título, el colchón, el Falcón, y demás. La única esperanza es que siga con lo que mejor sabe hacer, que es engañar a todo el mundo, y que también tenga previsto darles el cambiazo a sus aliados independentistas. Y cuando estos le dejen caer con estrépito, entonces que no venga a pedir árnica. Al menos no a mí.