Opinión
Por
  • Luis Javier Sanz Balduz

El Puente del Embalse de La Peña: Un legado heredado por transmitir

Sondeo en el puente del pantano de La Peña con la carretera cortada.
Sondeo en el puente del pantano de La Peña con la carretera cortada.
Javier Navarro

HACE unas semanas y gracias al Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Aragón, disfruté del honor de impartir una informal y peripatética conferencia sobre cuatro puentes que cruzan el río Ebro en Zaragoza: el Puente de La Almozara, la Pasarela del Voluntariado, el Pabellón Puente y el Puente del Tercer Milenio. Dada la temprana hora de comienzo del monólogo, y como aplicado aprendiz de orador, me vi en la necesidad de captar la atención de mis voluntariosos oyentes con algún mensaje catártico que definitivamente los alejara de los sugerentes brazos de Morfeo. Parecía el momento adecuado para confesar que el aparentemente anodino y sobrio Puente de La Almozara me resultaba el más interesante de los cuatro que íbamos a recorrer. El efecto en la audiencia fue el pretendido y conseguí, así de primeras, captar su atención, aunque solo fuera por extrañeza y expectante curiosidad. De esta manera invertí la siguiente hora y media en argumentar la sorprendente afirmación. El resumen de la jornada, querido y desconocido lector, es que mientras los puentes construidos con motivo de la Exposición Internacional de 2008 fueron concebidos genéticamente como hitos, espléndidos desde diferentes perspectivas pero hitos al fin y al cabo, el actual Puente de La Almozara nació desde la íntima comprensión de diversas experiencias pretéritas, y del placer que experimentamos ciertos colectivos en apoyarnos en nuestra historia para obtener respuestas en el presente que nos toca vivir.

Sirva este preámbulo para introducir el tema central de este artículo, que no es otro que poner en valor el vetusto puente de carretera sobre el Embalse de La Peña. Quizás usted sea uno de los muchos conductores que, en previsión de posibles atascos en Monrepós, elige dar un agradable paseo por Santa Bárbara y por el Embalse de La Peña, o quizás sea un afortunado y asiduo visitante de la zona, o incluso un vecino de las localidades cercanas. En cualquier caso, me atrevo a afirmar que recuerda la desagradable sensación de transitar apresuradamente por el puente pensando que otro vehículo querrá hacer lo mismo que usted, pero en sentido contrario… Efectivamente es una estructura vieja y radicalmente disfuncional desde la óptica de nuestros parámetros actuales: no podemos conducir a gran velocidad, no pueden cruzarse dos vehículos y tampoco ofrece la impresión de una indudable seguridad. Pero ese puente es mucho más que un amasijo de perfiles metálicos oxidados dispuestos de manera repetitiva; es patrimonio, cultura y conocimiento heredado.

Los dos puentes sobre el Embalse de La Peña, uno de carretera y otro ferroviario, son solo algunos de los apéndices visibles de una actuación disruptiva y transformadora del territorio que conocemos. Desde finales del siglo XIX ciertas personalidades visionarias, precursoras del regeneracionismo, entendieron que domeñar el río Gállego suponía la clave para establecer una política hidráulica ambiciosa en Aragón. Y la construcción del Embalse de La Peña materializó precisamente la culminación de una epopeya desde cualquier perspectiva posible, ya fuera política, social, económica o tecnológica. Con motivo de la ejecución de las obras del embalse se reveló necesario diseñar y construir los citados puentes metálicos, con unas dimensiones extraordinarias para la época. Ambos puentes, en definitiva, supusieron la aplicación de todo el conocimiento técnico acumulado hasta ese preciso momento, tanto a nivel de diseño y cálculo como de tecnología constructiva. Son símbolos de una gesta que ha logrado llegar a nuestros días de una manera excepcionalmente digna.

Desgraciadamente todo lo escrito no sirve por sí mismo para asegurar la perdurabilidad de un puente puesto que su función primordial, nunca lo olvidemos, es servir al propósito ineludible de cruzar un cierto tráfico de una margen a la opuesta en las condiciones requeridas. En estos momentos se está valorando la sustitución del puente de carretera de La Peña por otro que mejore el tránsito vehicular, cuestión codificada intrínsecamente en el propio ADN de cualquier puente. Lógicamente habrá que ponderar dichas exigencias funcionales con las posibilidades tecnológicas y económicas de nuestra

época y en la realidad social, pero me resisto a pensar que en 2024 no seamos capaces de encontrar una solución para esta ecuación de múltiples condiciones de contorno respetando y abrazando el patrimonio heredado. ¿Qué mejor manera de demostrar nuestro progreso como sociedad que conservando y actualizando aquello que nos ha sido legado?

Nuestra cuenca hidrográfica ha alumbrado soluciones magistrales de puentes perfectamente funcionales y adecuados al presente diseñados desde el profundo respeto a su venerable devenir histórico. En Zaragoza disfrutan del ya comentado Puente de La Almozara y del Puente de Hierro (que seguro será protagonista de la siguiente velada peripatética); y fuera de la capital podemos encontrar la ampliación del Puente de Mequinenza sobre el río Segre o la tristemente fallida rehabilitación del Puente de Los Roncaleses sobre el río Aragón. Todos ellos son, o podrían haberlo sido, ejemplos de brillantes y respetuosas soluciones.

Recordemos y subrayemos que, tal y como señalaban David B. Steinman y Sara Ruth Wilson en su libro “Puentes y sus constructores”,

Un puente es algo más que un ente de acero y piedra: es la concreción del esfuerzo de cabezas, corazones y manos humanas. Un puente es más que una suma de deformaciones y tensiones: es una expresión del impulso de los hombres -un desafío y una oportunidad de crear belleza-. Un puente es el símbolo del heroico esfuerzo de la humanidad hacia el dominio de las fuerzas de la naturaleza. Un puente es un monumento a la tenaz voluntad de conquista del género humano.

La reinterpretación y reutilización del patrimonio heredado merece la pena, sin duda, como permanente homenaje a aquellos que nos precedieron, por nosotros mismos y por respeto a los que vendrán después de nosotros. Evidentemente que debemos restituir la funcionalidad perdida acorde con las necesidades actuales, pero debemos igualmente ser capaces de transmitir el legado heredado en las condiciones adecuadas. Se trata, en definitiva, de conservar el puente como hito del conocimiento adaptando su objetivo inicial a los diferentes usos que demande la actualidad.

Luis Javier Sanz Balduz, doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.

En representación de la Demarcación de Aragón del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos