Opinión
Por
  • Rosa Castro Cavero

Tener fe para vivir mejor

Jorge Cored Bandrés interpreta a Jesucristo en La Pasión de Salesianos.
Sudar sangre se conoce como hematohidrosis, afección donde se rompen los vasos sanguíneos capilares que alimentan las glándulas sudoríparas. Imagen de la representación de Jesucristo en la cruz en La Pasión de Salesianos
Selma Bernad

HACE más de 2.000 años apresaron injustamente a un hombre, lo sentenciaron a muerte y lo clavaron en un madero, con clavos que eran reusados, pues en la época romana no se desperdiciaba nada. Su agonía en la cruz duró unas tres horas, según confirma José Cabrera, psiquiatra forense español, que evidencia la autenticidad histórica de la muerte de Jesús, en su libro, ‘Jesucristo: anatomía de una ejecución’.

Fue un tiempo doloroso, sin duda, pero corto si lo comparamos con el tiempo promedio en que tardaban en morir los peores malhechores que en esos tiempos eran crucificados, que podían estar entre uno o dos días en la cruz hasta que finalmente morían.

Jesús murió en la cruz en un tiempo concreto, pues había estado sufriendo intensamente más de 10 horas antes de llegar a la crucifixión. Los científicos especializados nos cuentan que ya en el huerto de Getsemaní, en el monte de los Olivos de Jerusalén, cuando de rodillas sobre la tierra oraba, gritando “Abba” (padre en Arameo) y pedía que se hiciera la voluntad de su padre, de tanta angustia al saber todo lo que le sucedería, sudó grandes gotas de sangre que caían al suelo. Este fenómeno se conoce como hematohidrosis, afección donde se rompen los vasos sanguíneos capilares que alimentan las glándulas sudoríparas, lo que ocasiona que exuden sangre. Esta situación ocurre en condiciones de estrés físico o emocional extremo y nos hacen comprender el enorme sufrimiento psíquico de Jesús en esa noche de jueves, minutos antes de que fuera apresado por los soldados romanos y se diera inicio a todo el calvario que conocemos, que concluye el viernes, con su crucifixión y muerte en la cruz, a las tres de la tarde, resucitando tres días más tarde y cumpliendo así lo que estaba en las escrituras.

En España vemos que se mantiene la festividad de Semana Santa en el calendario. A pesar de que cada vez hay menos fe, menos cultura religiosa y seamos un país secularizado. Se calcula que se ha perdido un millón de jóvenes católicos en los últimos 20 años. Los últimos datos comparables, del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), muestran que entre los jóvenes de 18 y 22 años, sólo 1,4 millones de personas aseguran ser católicos. Vivimos una fuerte corriente agnóstica o atea a la que parece molestarle que se cite la palabra Dios, pero se mantienen en rojo los días festivos de la pasión de Jesús. Es importante se mantengan, da un poco de esperanza pues mientras se guarden tradiciones habrá un recuerdo de saber que España es un país de tradición cristiana. La realidad de la calle arroja escenas que se pueden retratar en conversaciones cotidianas. Hace un tiempo, en una conversación con una persona usé la expresión: “Si Dios quiere, todo saldrá bien”. Sucedió que me respondió: “¿Cómo que si Dios quiere? El proyecto saldrá y punto”. Me quedé en silencio, comprendiendo el porqué de esa reacción, pues sentí que eso obedece a que cada vez hay más ausencia de fe, por lo que es normal que moleste citar a Dios. Lo interesante es que los investigadores sociales, de campos como sociología o psicología, nos advierten que es importante que una nación, una familia mantenga las tradiciones que han marcado su historia durante miles de años. Eso ayuda a tener referentes, arraigos y un sentido de identidad, en este caso de creencia en Dios. Las investigaciones en salud mental arrojan cifras de curación más elevadas en los pacientes que tienen fe; por ejemplo, en enfermedades como la depresión, creer en Dios ayudará a una mejoría y curación. En definitiva, la fe nos ayuda a sobreponernos y soportar los problemas y retos que la vida nos plantea. En un mundo en incesante cambio, hay creencias y verdades, no podemos tapar con un dedo, como se hace con el sol, pues eso sería mentirnos a nosotros mismos y a las generaciones futuras.

La ciencia arroja evidencias científicas de la existencia de Jesús y de su resurrección. Cada cual es libre de creer o no. Pero sepamos que la fe es una herramienta eficaz para ser feliz y vivir mejor.

* Rosa Castro Cavero es comunicadora especializada en divulgación científica