Opinión
Por
  • Rafael Torres

El médico de cabecera

La cabecera de Huesca Rural, en la capital, mantendrá siempre un médico y un enfermero.
La cabecera de Huesca Rural, en la capital altoaragonesa.
Laura Ayerbe

Nadie quiere ser médico de cabecera. ¿Qué pasa? ¿Que nadie quiere ser médico? Porque el médico de familia o de atención primaria, esto es, el de cabecera de toda la vida, es el médico-médico, siempre que, naturalmente, no le obligue a no serlo un sistema infame que le castiga con despachar a sus pacientes en cinco minutos y a estar más pendientes del ordenador y del papeleo que de sus patologías. Pero, sí, el médico de cabecera, que tiene que saber de todo no un poco, sino un mucho, es el verdadero médico heredero de aquél que con su sola presencia aliviaba, si no la dolencia, sí el apuro y el desasosiego.

El médico de cabecera, que como su propio nombre sugiere es el que se halla a la cabeza de todos los médicos, no es ese que, destruido por la inhumana carga asistencial que soporta, tarda en mirar a la cara del paciente cuando entra en la consulta porque está subsumido en el ordenador, es decir, el que habitualmente encontramos en los centros de salud y ya también en la sanidad privada. No, el médico de cabecera no sólo es el que sabe que en el rostro del enfermo se halla la primera clave de su insania, sino también el único que así, de primeras, sabe interpretarla. El médico de familia es el médico, el pobre mago de enigmáticos superpoderes al que uno acude cuando le duele algo, o le ha salido algo, o no le responde algo, o se retuerce de dolor.

El médico de cabecera de verdad, ese que nadie quiere ser hoy porque equivale a la renuncia a ejercer la medicina, pues ésta no puede ejercerse de esa manera impersonal, apresurada y masiva que impone el sistema, es el que cuenta, entre sus varios superpoderes, con uno muy especial que le acredita como el mejor de los médicos: el ojo clínico. Esa mirada la otorga, claro, la experiencia, pero también la devoción por el oficio y ciertas condiciones personales innatas, pero si la mirada, la primera mirada no va al doliente según cruza el umbral de la consulta, sino al ordenador, algo está cegando el ojo de ese médico.

Las plazas de médico de familia quedan desiertas en las oposiciones, y no sé a qué estamos esperando para salir a la calle exigiendo que no dejen ciegos a los médicos de cabecera.