Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

"Estoy hasta los cojones de todos nosotros”, dijo. Y se marchó

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión de control, en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
Eduardo Parra / Europa Press

LA HISTORIA a veces se repite parcialmente. La primera vez, dijo Marx, como tragedia. La segunda, como farsa. A mí, lo que está ocurriendo con Pedro Sánchez, esa insólita no sé si llamarla amenaza de dimitir, harto, dice, de los ataques que está recibiendo la honorabilidad de su esposa, no deja de recordarme a aquel desplante, algo farsante, que se le atribuye a Estanislao Figueras, que fue el primer presidente de la Primera República Española, y que habría dicho ante las Cortes, en 1873: “señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Esa misma tarde, tomó el tren y se largó a París. ¿Alguna coincidencia con los tiempos que estamos viviendo, con estos cuatro días que, hasta el lunes 29, cambiarán el curso de lo que estaba previsto que ocurriese en nuestro país?

Bueno, Sánchez está harto, o sea, hasta los mismísimos, de los ataques que recibe de lo que él llama ultraderecha, en la que engloba desde al sindicato Manos Limpias, que desde luego sí es ultraderecha y poco limpio, hasta al juez que ha admitido la denuncia de este sindicato, pasando por los periodistas y los medios que, muy legítimamente, han publicado cosas relativas a los negocios de Begoña Gómez, de quien Pedro Sánchez se muestra “muy enamorado”. Todos, por lo visto, unos ‘ultras’ que quieren derribar, al margen de las urnas, al jefe del Gobierno.

Pero las cosas no siempre son lo que se quiere que parezcan: el hartazgo de Sánchez, que la verdad es que ha cruzado muchas fronteras que eran infranqueables en lo relativo a los usos políticos, es una cuestión, por lo visto, limitada al amor. Lo de Figueras era más serio: dos guerras civiles al mismo tiempo, la sublevación carlista, el alzamiento independentista en Cuba... España, entonces, estaba muy lejos de ser el país próspero y moderno que hoy es. Envidiable si no fuese porque está mal representado por quienes pretenden dirigir nuestros destinos.

En todo caso, nada que ver lo de Figueras, pues, con el desplante que Sánchez ha hecho a los usos y costumbres, a las buenas prácticas, de la política, e incluso a su propio libro de elogio a su auto resiliencia. Tirar la toalla es poco propio del presidente del Gobierno de España que más situaciones inéditas ha afrontado desde la restauración de la democracia, e incluyo en este apartado a Adolfo Suárez, que tuvo que enfrentarse al 23-F de Tejero, y a Mariano Rajoy, que apechugó con la declaración unilateral de independencia de Puigdemont en 2017.

Pienso, por tanto, que no abandonará sin más el barco, por muy hasta los c... que esté de que le ataquen en la honra de su esposa, lo cual, por cierto, me parece un pretexto para cortar el nudo Gordiano que ha ido atando a base de quiebras institucionales que ahora mismo afectan a los tres poderes del Estado y a media docena de instituciones clave. Pedro Sánchez, en esto sí como Figueras, no podía continuar así; necesita una cuestión de confianza en la que la Cámara Baja y sus aliados vuelvan a respaldarle, necesita lanzar un discurso a la nación atacando a los del otro lado del ‘muro’ que entre él y los adversarios han construido, cada uno por su parte. Dos Españas más de espaldas que casi nunca, y estoy a punto de incluir aquí los tiempos, tan inquietantes, de Figueras.

Sánchez, en cuyo rostro es fácil adivinar sus estados de ánimo, está encanecido, tenso, cuida poco las formas, se salta los códigos más obvios, muestra un cumplimiento laxo de alguna legislación -Constitución incluida- y un respeto mejorable por instituciones como el gobierno de los jueces o la Fiscalía y el Constitucional, a los que cree controlar. Ha ocupado más parcelas del Estado de las que hubiesen correspondido en puridad democrática, no siempre se ha atenido a la más rigurosa verdad, digámoslo así, y casi nunca ha practicado ni la autocrítica ni la transparencia. ¿Justifica todo eso una lapidación por persona interpuesta, es decir, a su mujer, incursa probablemente en conductas poco estéticas y quizá hasta poco éticas, pero no punibles penalmente, diga lo que diga Manos Limpias?

A mi juicio, no. Estoy en contra, casi estoy a punto de decir que estoy yo también hasta los quién sabe dónde, de ‘procesos Dreyfus’, de juicios sumarísimos, de lapidaciones en las redes, de la utilización artera de los medios y de mis compañeros más admirables, que investigan y cuentan lo que saben. Creo que Sánchez, que supongo que no se irá, refugiándose en una votación de confianza según el artículo 112 de la Constitución, pero que, con todo, podría irse, dejando en el desamparo a los candidatos socialistas ante las próximas elecciones, tiene mucho que explicar, muchísimo que reflexionar, bastante que replantearse.

Pienso que el presidente merece un reproche moral porque ha acentuado la degradación de la política española, pero ahora, en mi opinión, de ninguna manera podría marcharse como Figueras, dejando a todo el país paralizado durante meses, a la intemperie y al albur de lo que pudiera ocurrir, que, tal y como están las cosas, es impensable. Confío en que el patriotismo del presidente del Gobierno prime esta vez sobre sus intereses y rabietas personales.

Sí, Sánchez tiene que irse, pero no ahora y de golpe, como hizo Figueras. Quien, por cierto, y contra lo que había prometido, regresó de su exilio parisino para recuperar su escaño y su actividad política. Una farsa, ya digo. Y entonces sí que los ciudadanos, que se habían divertido mucho con sus idas y venidas, mostraron estar hasta los congojos del voluble Figueras, que ha quedado como una especie de esperpento para la Historia. Pues eso.