Opinión
Por
  • Francisco Muro de Iscar

San Pedro Mártir

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abandonando la sesión de control al Gobierno, ayer, en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abandonando la sesión de control al Gobierno, ayer, en el Congreso de los Diputados.
E. P. / Jesús Hellín

Este lunes, 29 de abril, el primer lunes que todos esperamos expectantes, celebramos la festividad de San Pedro Mártir. ¿Lo sabía Pedro Sánchez y por eso retrasó su decisión hasta ese día? ¿Dimitirá? ¿Disolverá las Cámaras aunque tenga que esperar un mes para poder convocar elecciones? ¿O, simplemente, abrumado por el despliegue masivo de afectos seguirá en La Moncloa, más fuerte, más aguerrido, más seguro de que lo que hay que hacer es embridar de una vez a jueces y periodistas para que le dejen hacer lo que quiere hacer, con la ley en la mano o con la ley a sus pies? No hay ninguna razón objetiva en su carta que justifique su decisión. Si comparamos los ataques que Sánchez ha recibido, con los que sufrieron Suárez, González, Aznar, Rajoy y hasta el propio Zapatero, lo de ahora es de patio de colegio. Y a Calvo Sotelo no es que lo atacaran, le dieron un golpe de estado. Así que, por ahí, no cuela. Incluso aunque Almodóvar, -¡¡¡¡¡Pedro!!!!!- diga que “no existe ser humano que resista lo que el más resistente de nuestros presidentes ha estado sufriendo durante esto años, en una escalada que supera todo lo imaginable”. Del vasallaje al ridículo hay sólo un paso.

Si nos referimos a los ataques a su mujer, la solución es muy fácil: basta -hubiera bastado hacerlo hace una semana o un mes- con explicar que todo lo que se dice de ella es mentira. Que nunca hubo tráfico de influencias, ni recomendaciones ni apoyo a benefactores que se lucraron de fondos públicos ni logro de empleos académicos sin tener los requisitos necesarios. Explicar eso o acudir sin tardanza a los tribunales. Y si la denuncia es tan débil como dicen, y no tiene visos de prosperar, ¿por qué esta insólita decisión? Creo en la presunción de inocencia -eso en lo que no cree ningún político- y en la transparencia -eso que no practica ningún político-. Si Sánchez se va, dudo mucho que sea por lo que dicen de su mujer o de su hermano sino por lo que hay detrás de la camarilla Koldo-Ábalos-Illa-Armengol y compañía, por lo que puede saberse del caso Pegasus ahora que Francia ha facilitado nuevos documentos, por lo que puedan saber algunos gobiernos extranjeros o porque, en un ataque de sensatez y sentido común, se ha dado cuenta de dónde está llevando al país. Pero como hoy “el sentido común es subversivo”, como afirma Josep María Esquirol, descarto lo último. Tampoco creo que haya sido “un calentón”.

Que un presidente demonice a jueces y periodistas, acuse a otros de emponzoñar la política y se haga la víctima no sólo es infantilizar la política. Es mentir y en ninguna época se ha mentido con tanto descaro como ahora sin pagar ningún peaje. Desde las filas del Gobierno y de sus socios se ha acusado de prevaricadores a los jueces y se ha demonizado a los periodistas críticos y, como eso no parece suficiente piden ahora el control político de la justicia y de los medios de comunicación. Quienes han difundido mentiras y bulos sobre la presidenta de la Comunidad de Madrid -su padre, su hermano, su pareja, cuando no era su pareja- o sobre la esposa de Núñez Feijóo, quienes han sacado fotos amarillentas de viejas amistades del líder popular, quienes han hablado de “testaferro con derecho a roce”, no pueden ahora hacerse los “ofendiditos”, las víctimas. Oír a algunos políticos como Patxi López y Oscar Puente o a María Jesús Montero, defender el honor de su líder y embarrar a los contrarios, entiendo que va en el sueldo. Escuchar a Almodóvar y a algunos periodistas, decir que Pedro Sánchez “está obligado por su cargo a ser sobrehumano” y que ésta es una terrible batalla “judicial y mediática de la derecha y la ultraderecha”, es un insulto al sentido común: “enemigos oscuros”, “malos malísimos contra buenos buenísimos”. Decía Dostoievski que “el hombre que se miente a sí mismo y esconde sus propias mentiras llega un momento en que no puede distinguir entre la verdad y la mentira y, por tanto, pierde todo respeto por sí mismo y por los demás”. ¿San Pedro Sánchez mártir? Lo último que nos quedaba por ver es a un presidente instalado en la radicalidad y el populismo dispuesto a convertir en enemigos a quienes defienden el control legítimo del poder y son un elemento básico del funcionamiento eficaz de las instituciones.