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Rosa González de Garay, una vida feliz

Rosa González de Garay, una vida feliz
Rosa González de Garay, una vida feliz
S.E.

Rosa González de Garay fue dichosa en su infancia y lo es de adulta gracias a su manera optimista y alegre de afrontar la vida. "Tuve una infancia muy bonita y muy feliz", confiesa la presidenta de la Asociación de Familias contra las Drogas Benasque-Ribagorza, que cree ha cambiado poco. "Sigo siendo parecida: rebelde, como cuando me perdí unas vacaciones en el monte Igueldo, en San Sebastián; inquieta; no era mala estudiante, pero tampoco excelente; y, sobre todo, procuraba pasármelo bien".

La mediana de cinco hermanos, tres chicos y una chica, Rosa González nació en pleno centro de Logroño, en una familia acomodada. "Mi padre empezó con una tienda de juguetes que era de mi abuelo y ahora mi familia sigue con todas las jugueterías de Logroño y Pamplona", un sueño para cualquier niño.

"No nos dejaban salir a jugar a la calle porque había coches. La tata nos sacaba, pero no nos dejaba jugar porque nos manchábamos. Así que jugábamos en casa con los juguetes. Éramos cinco niños y el abuelo", recuerda con cariño. "Yo jugaba mucho con los chicos y a cartas con ellos y con el abuelo. Con mi hermana me peleaba mucho y salía mal parada porque yo era la mayor, pero ella era más grande".

Su familia tuvo una de las primeras lavadoras automáticas de Logroño y también de las primeras televisiones, pero recuerda con ternura las navidades antes de la tele. "La noche de Reyes la vivíamos por todo lo alto. Poníamos los zapatos y les dejábamos turrón y bebida y a las 7 de la mañana estábamos todos en la cama de mis padres. También en su cama, escuchábamos en la radio el concierto de Año Nuevo", relata.

Alguna vez, algún regalo se retrasó porque se había agotado. "Lo primero eran los clientes", pero siempre tenían lo último en juguetes. "Me acuerdo de la ilusión que me hizo la muñeca Tracy. Le crecía el pelo cuando le tirabas de la coleta. Me encantaba".

Rosa fue al colegio de la Compañía de María hasta que salió a estudiar a Francia, primero a Bayona y luego a París. "Me abrió mucho la mente. Estando en París mi madre enfermó y falleció poco después", recuerda. Rosa dejó atrás de forma trágica una infancia que, además del amor de su familia, los juguetes, las vacaciones y los estudios, le ha dejado recuerdos tan tiernos como el de la sopa de ajo que compartía con su abuelo en el desayuno para empezar esos días llenos de una alegría e ilusión que aún la acompañan.