Huesca

OJO AVIZOR

Julia Buisán, a punto de los 104 años tras ganar su última batalla, la covid

“La última enfermera de la Bolsa de Bielsa” rezuma energía, memoria, simpatía, y ganas de vivir y de encontrarse con su larga familia

Julia Buisán, en el Mercadona de la calle Doña Sancha.
Julia Buisán, en el Mercadona de la calle Doña Sancha.
Pablo Segura

La cita, en el lugar acostumbrado y a su hora habitual, se inicia en el Café Bar El Punto con Julia Buisán, 104 años el próximo 20 de mayo, y su hija Dolores. Para entrenar la memoria, los nombres de los hijos: Jesús, Pilar, Carmen, Paco, Fernando, Antonio, Nino y Dolores. En segunda tanda, los de los 15 nietos: Jesús, María Mar, Sergio, Eva, Raúl, Cristina, Cristian, Víctor, Jara, Miguel, Nano, David, Gabriel, María y Lucía. Y, como colofón, los nueve bisnietos: Isaac, Noa, Iris, Laura, Carla, Miguel, María, Daniel y Camila. La tipología de los nombres marca la evolución y se acrecienta si tenemos en cuenta que su suegro, que fue abandonado debajo de un almendro de bebé, junto al Monasterio de Casbas, se llamaba Canuto.

Julia Buisán Orús es famosa. Fue “la última enfermera de la Bolsa de Bielsa”, como la calificó en 4Esquinas Jesús Inglada, próximo a publicar un libro sobre esta madre coraje. Y, además, al cumplir el centenario, fue en helicóptero hasta su pueblo, Escartín de Sobrepuerto, con Jordi Évole. Allí, reconoció al intrépido comunicador no sentirse guapa, “pero sí he sido resultona”.

Julia rezuma vitalidad e inteligencia, a pesar de que el octubre acogió como huésped al coronavirus hasta que lo despachó a primeros de noviembre. No le da importancia a la tos persistente y el cansancio de piernas. “Pero sí que me dio sueño esos días”.

Julia, con su hija Dolores, de camino del café de cada mañana en El Punto, donde acude diariamente desde hace más de veinte años.
Julia, con su hija Dolores, de camino del café de cada mañana en El Punto, donde acude diariamente desde hace más de veinte años.
Pablo Segura

Un diminuto virus no es enemigo para esta altoaragonesa nacida en Escartín el 20 de mayo de 1917. Su memoria navega prodigiosamente. Cita los nombres de las casas de aquella época de Guerra Mundial y gripe española, y recuerda que su infancia transcurrió en la escuela donde compartía con amigas como Carmen, Pepita, Ángel, Enrique (“¡qué joven murió!”), Avelina, Julio, Antonié, Julián, Generosa... El maestro, Joaquín Adiego, que vivía en su casa, le sentaba a su lado y le hacía salir a la pizarra. “Decía que tenía buena letra”. Luego llegó una sevillana “que casi se muere del frío por lo que nevaba”.

No eran tiempos para las letras y se aplicó en ayudar a la familia como pastora. “Ovejas y cabras. A los de Escartín nos llamaban los ‘comequesos’”. Vivían del trueque y la venta de carne y de lana. “Las lavábamos, hilábamos, hacíamos el ovillo y las poníamos con un palo. Hacíamos calcetines, jerseis y colchones”. Rememora de la mano de su hija Dolores sus caminatas hasta Bergua de una hora y a Fiscal de 90 minutos.

La hija de Micaela y Gabriel, que alumbraron ocho hijos, voló con 17 años hacia la Barcelona destino de buena parte de la diáspora pirenaica. Hubo de demorar, con sus amigas Carmen y Regina, la partida por los sucesos de octubre de 1934. Pero arribó en la ciudad condal y trabajó en la casa de “Rosa Serra, en la calle Consejo de Ciento, número 2, Era muy rica, y hasta tenía butacas reservadas en el Liceo y otros teatros de la ciudad. Y yo iba con ella a las funciones”. La posición de la señora Serra le permitió conocer a parte de la alta sociedad barcelonesa y también disfrutar de algunas experiencias excitantes, como volar en un desfile militar en el hidroavión pilotado por el oficial Felipe Díaz Sandino, que tuvo un relevante rol y compromiso con la República.

La Bolsa de Bielsa

Julia Buisán permaneció al lado de Rosa Serra en la Barcelona convulsa por los enfrentamientos en la Guerra Civil, hasta que en abril de 1937 retornó a Escartín por reclamo de sus intranquilos padres.

Julia, abajo a la izquierda sentada en el hospital de Bielsa.
Julia, abajo a la izquierda sentada en el hospital de Bielsa.
S.E.

El conflicto no sólo había destrozado la convivencia, sino también había mermado los recursos familiares en las casas de Escartín. Con su hermana y dos amigas, fueron primero a Laguarta y luego a Labuerda para ganarse las habichuelas lavando ropa del ejército. Los acontecimientos se precipitaron y en marzo fue destinada al hospital creado en la hoy casa consistorial de Bielsa, donde pocos días después se formaba la Bolsa en la que la 43 División dirigida por Antonio Beltrán “el Esquinazau” que resistió durante dos meses. En aquellas instalaciones, Julia fue “enfermera y de todo, porque también limpiábamos y hacíamos las camas. Ayudábamos mucho a los doctores. Cuando había un herido, el doctor Hombrados decía: “Que venga la maña”. Atendíamos a más heridos que enfermos. Llegaba la aviación y todos se tumbaban debajo de las camas, mientras mi hermana estaba en el sótano y yo en el tercer piso. Nos decían que, cuando oyéramos a los aviones, nos pusiéramos cerca de una ventana o en los rincones”.

Con profunda emoción, tomaron el camino de Francia por el paso de Parzán, hasta un centro de refugiados en Arreau. La peripecia gala tuvo punto de ida y vuelta. Retornaron a Cataluña, a Figueras, hasta que la situación fue insostenible y hubieron de huir nuevamente. Una intérprete les informó de que, si tenían parientes en el país, podrían salir de los centros de acogida para reunirse con ellos. “Le dije a una intérprete que teníamos en Limoges a mi hermano Vicente, ella me sugirió que le escribiéramos y él nos reclamó. Trabajé en un bar-restaurante donde estaba muy a gusto. Entonces llegué a hablar algo de francés. Ahora se me ha olvidado”, ríe Julia.

El vaivén, hacia Huesca

Otra conflagración que se intuía, la II Guerra Mundial, incitó la vuelta a España. “Un prefecto nos avisó que era cuestión de poco tiempo. Así que decidimos regresar por Hendaya e Irún, con la maleta repleta de comida de nuestra cuñada”.

Después de declarar en el Gobierno Civil, subió hasta Escartín con su hermano José, camionero, pero las oportunidades eran nulas en el Sobrepuerto. Por la mujer de José, halló un empleo en Grañén, pero a los tres meses tomó dirección a Huesca, de la que nunca salió. “Trabajaba en una vaquería debajo de la estación con una familia de Torla, y en la de Melchor Zapater”. Incluso, en tono jocoso, cuenta algunos chascarrillos amorosos de su entorno. Menudencias divertidas.

Saturnino Gracia Sanagustín, un apuesto joven, trabajaba el campo en las fincas aledañas a las del trabajo de Julia. “Vino a verme a casa de los Ballarín. En el patio, en la puerta... Me pudo convencer y comenzamos a salir. En Francia tenía un medio novio, hijo de un contrapariente, pero mi padre no me dejaba ir. Y Saturnino me dijo: “Tú no vas a ningún lado, tú te casas conmigo. Y, al mes y medio, ya estaba casada”.

Julia y Saturnino el día de su boda. 20 de diciembre de 1943.
Julia y Saturnino el día de su boda. 20 de diciembre de 1943.
S.E.

Julia y Saturnino se desposaron el 20 de diciembre de 1943, ella con 26 y él con 37 años. Vivieron en la calle Santiago con sus suegros y el tión hermano de la suegra, además de su tía Vicenta (viuda) y sus dos hijos”.

En 1950, la familia se trasladó a la Torre del Rin, a tres kilómetros de la capital, trece años hasta que le fue adjudicada una vivienda del patronato Sindical en la calle San Vicente Mártir.

La familia crecía y se distribuía entre los centros escolares: Salesianos, Santa Rosa, San Vicente y el Pío XII. Su último destino residencial fue en la zona de Los Olivos, en Alfonso II.

Al aire con Évole

Uno de los hitos que acrecentó la popularidad de Julia Buisán fue el programa “Hasta los 100 y más allá” de Producciones del Barrio de Jordi Évole. Se enteraron, por una sobrina que estudia Bellas Artes en Valencia que conocía a un miembro del equipo televisivo, del carácter de la oscense. “Estuvieron un mes entero grabando. En la peluquería, en las tiendas, en la calle... Y me llevaron en helicóptero hasta Escartín”. La personalidad de Julia llena tanto que el programa quedó monográfico para ella.

Julia Buisán ha tenido, desde su retorno de Francia, una dedicación exclusiva a sus hijos. Ha llorado las muertes de Saturnino y sus hijos Jesús y Paco. En la crianza, reconoce una cierta “disciplina militar en la que unos cuidaban a otros. Del primero al octavo pasaron trece años. Disfrutábamos yendo todos al campo. Me encantan las celebraciones familiares”. En el centenario, se juntaron 100 en la ermita del Viñedo. Lamenta no poder juntarse ahora por la pandemia.

Julia Buisán, en la plaza de Santa Clara.
Julia Buisán, en la plaza de Santa Clara.
Pablo Segura

El coronavirus le pilló de sorpresa en octubre y le abandonó el 2 de noviembre. “Tuve tos y cansancio de piernas, y sobre todo un poco de sueño”. La rutina ha tornado: por las mañanas, el café en El Punto. Come muy bien (incluso cocina aún), cada día toma una cerveza con limón, “aunque el vino también es bueno”, y disfruta con el chocolate. Por la tarde, “la película del Oeste de Aragón TV” y Pasapalabra. “El Sálvame ya me cansa”. Apenas toma medicamentos. Casi 104 años después, el mundo es su montera y su larga progenie su razón de ser.