Huesca

CRISIS HUMANITARIA

Una vida paralizada desde hace un año por la invasión rusa

Yevgen Shapovalov llegó a Huesca en diciembre tras vivir en zona ocupada. El refugiado tomó la decisión de abandonar su país al prolongarse la guerra

Yevgen Shapovalov, refugiado ucraniano que vive desde diciembre en Huesca.
Yevgen Shapovalov, refugiado ucraniano que vive desde diciembre en Huesca.
D.A.

Enero de 2022: el médico Yevgen Shapovalov, de 58 años entonces, y su pareja disfrutan de unos días de vacaciones en Barcelona. Enero de 2023: Yeugen lleva viviendo en Huesca varios meses como refugiado, a 3.500 kilómetros de su casa. Apenas unas semanas después de visitar la ciudad condal, el mundo de Yevgen, y el de los otros casi 44 millones de ucranianos, daba un giro de 180 grados bajo las bombas del Ejército ruso.

Una vida normal, incluso con comodidades: sueldo de médico, viajes al extranjero... La invasión de Ucrania ha llevado a un país europeo, en cuestión de días, de vivir en el siglo XXI a revivir horrores sufridos décadas atrás: de vivir en el continente más desarrollado a refugiarse de las bombas en los sótanos. Personas cuyas costumbres y nivel de vida no están, estaban, muy alejadas de las nuestras.

El 24 de febrero del año pasado, apenas unas semanas después de que Yevgen visitara España sin pensar siquiera por un segundo que acabaría viviendo en este país, la cotidianidad y la rutina de una vida tranquila y sin excesivos sobresaltos en Ucrania se paró y quedó sustituida por el miedo, la carestía incluso de luz, alimentos y medicinas, y una gran incertidumbre por el futuro.

Antes de la guerra, Yevgen vivía a medio camino entre dos ciudades en su Ucrania natal. En Kriviy Rig tenía su casa con su pareja, que no ha podido salir del país al ser hombre y caer en la parte ucraniana, la no tomada por Rusia. Yevgen también visitaba asiduamente Melitópol para cuidar de su madre de 90 años.

Las primeras bombas sobre Ucrania cayeron cuando Yeugen estaba con su madre, en una zona que quedó bajo dominio ruso en las primeras jornadas de guerra. “En unos días ya estábamos ocupados por los rusos”, recuerda. Yevgen no ha podido volver a territorio controlado por Kiev desde entonces.

Melitópol tenía una base aérea militar, por lo que fue objetivo de duros bombardeos. Yeugen y su madre fueron a vivir al subsuelo para protegerse y, tras unas pocas semanas, su madre, que tiene hipertensión, sufrió un ataque al cerebro: “Tuve que llevarla al hospital y se quedó dos meses.También tenía que comprarle medicinas y comida porque en el hospital solo tenían para un día y las farmacias estaban llenas de gente por la misma situación y a veces no había medicinas, pero entre todos nos ayudábamos”.

Tras salir del hospital y hasta octubre, Yevgen estuvo con su madre en su casa de Melitópol. Esos meses, “solo salía para comprar, no quería salir porque me pesaba mucho la situación.Veía banderas rusas y soviéticas y yo, hijo de rusos, creía vivir otra vez en el pasado”, rememora.

E incluso comprar lo más básico era difícil, ya que todos los supermercados y tiendas estaban cerrados y la ciudad se nutría de lo que traían de los pueblos cercanos. Y todo subió el precio: “Se multiplicó por tres o por cinco. Mi madre es jubilada y yo no tenía dinero porque los bancos estaban cerrados. Vivíamos de los ahorros”.

Con la guerra prolongándose, empezó a pensar en el futuro y contactó con voluntarios que ayudan a los refugiados. “Quería irme con mi madre, su hermana e hija y familia, pero ellos no querían por miedo” al camino.

Como sabía algo de español, los voluntarios gestionaron su viaje a España, pero primero tenía que llegar a Crimea. Tuvo suerte en los controles porque las tropas rusas “apenas” le revisaron y pudo seguir, pero conoce a “mucha gente” que se quedó a mitad. De allí viajó a Bielorrusia y luego a Varsovia antes de recalar el 30 de noviembre en Barcelona, la misma ciudad que visitó antes de la guerra.

Pocos días después, llegó a Huesca, donde Cruz Roja lo llevó a un piso con otros refugiados, ucranianos -dos hermanos de Mariúpol- y un venezolano.

Además de participar en las actividades de Cruz Roja con otros refugiados, Yevgen está aprendiendo español y ha hecho el examen equivalente a Secundaria.

Ve difícil ejercer de médico, su profesión, porque convalidar el título “no es sencillo” y, además, tiene toda la documentación en su casa (desde que estalló la guerra vivió en la de su madre). En pocas semanas, Yevgen comenzará un curso de formación con el que espera encontrar trabajo.  

“Aquí en Huesca estoy tranquilo y sin miedo”

En sus casi tres meses en Huesca, Yevgen solo ha encontrado “personas buenas” y dice estar integrándose bien en una ciudad en la que está “tranquilo y sin miedo”. “Soy optimista y creo que voy a salir de los problemas”, manifiesta Yevgem, quien incluso medita quedarse si encuentra trabajo -va a empezar un curso en marzo mientras le convalidan sus estudios- y piso.

Yevgen habla cada día con su familia en Ucrania -su hermano mayor, también médico, está cuidando a su madre, que “ya no tiene tantos problemas con los medicamentos”-, pero su pareja sigue sin poder salir del país.

En Melitópol, la ciudad donde vive su familia, “siempre están en alerta” porque “hay muchos soldados y técnicos militares rusos, que usan las escuelas de escudo humano para que no les ataquen, pero gracias a las armas de Europa y EE.UU., que pueden apuntar, se les bombardea”.

El trato de las tropas a la población civil es malo, con amenazas, palizas y encarcelamientos por cuestiones tan arbitrarias como que “no les gusta tu cara”. “Por eso yo prefería no salir de casa”.

En cambio, la ciudad de su pareja se ha librado de la ocupación, pero aun así “está como casi todo el país, con dificultades y apagones diarios. Y los precios se han multiplicado por 3 y por 5, solo le da para sobrevivir”.

El futuro lo ve complicado porque “Putin no tiene límites”, tampoco en cuanto a bajas propias. “Es un país muy grande y no le importa cuántos soldados mueran. Llevamos casi un año de guerra yPutin siempre piensa en tener más y más” territorios. Por eso, Yevgen no ve cercano el fin de la guerra. “Todavía faltan armas para parar” a Putin.

Mirando al pasado, a antes de 2014, recuerda que “no había problemas, muchos rusos vinieron a Ucrania -sus padres-, nos casábamos... Era una mezcla pero todo eso cambió” con la invasión delDombás.