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COLABORAN: CAJA RURAL DE ARAGÓN Y DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA

“Cada vez se complica más la trashumancia y no hay relevo”

#CONTRALADESPOBLACIÓN

José Antonio Barrabés y Mari Carmen Lanau, entre Bonansa y Monzón.
José Antonio Barrabés y Mari Carmen Lanau, entre Bonansa y Monzón.
S. E.

MARI CARMEN LANAU conoció a su marido, José Antonio Barrabés, hace más de 35 años en Almacellas, donde ella vivía y adonde él bajaba con el ganado desde Bonansa, y se apuntó a su modo de vida: la trashumancia. Pero no para seguirle, sino para convertirse en una ganadera más que conoce muy bien el oficio y sus dificultades. Porque si de algo está segura es de que no es comparable a otro cualquiera, sino que “te tiene que gustar y hay que vivirlo, porque requiere mucho esfuerzo”.

Sin embargo, “cada vez se complica más la trashumancia y no hay relevo generacional”, comenta Lanau. En su caso, este año no harán la travesía habitual entre Monesma de San Juan, que es donde tienen la explotación de ovino, y Bonansa. Problemas de salud de su marido les han obligado a optar por transportarlas en camión, y así lo tienen previsto para finales de este mes de junio.

“Mi marido ya está prejubilado. Nuestra intención es jubilarnos y vivir lo que no hemos podido. Ya hemos rebajado de 1.000 o 1.100 que teníamos a las 800 de ahora”, comenta. Aunque tienen un hijo, “es un trabajo que no se puede mantener si no te gusta mucho, porque requiere de mucho sacrificio”, recalca.

“Vivimos en Monzón y subimos cada día a nuestra explotación, entre octubre y finales de junio. A principio de verano, estamos en Bonansa y, después en lugar de subir a puerto, vamos a Espés Alto, donde tenemos arrendadas unas propiedades”, comenta. “Aunque pasemos tanto tiempo aquí como allí, siempre decimos que somos de Bonansa, porque es nuestra ruta de salida”, indica. Un pueblo, por cierto, donde todavía hay tres ganaderos de vacuno o otro de ovino, por lo que está muy por encima de lo habitual.

“Por un capricho mío”, indica Mari Carmen, en su rebaño de ovejas de raza Xisqueta, tienen también unas veinte cabras. “En casa de mi marido empezaron con esta raza y les gustaba, es una raza que se adapta bien al territorio que estamos y a nosotros nos gusta”, indica.

Sin embargo, “los que hacemos trashumancia y dependemos de otros no te lo ponen fácil. En la tierra baja, el terrateniente va a sacar rentabilidad a su tierra, como es lógico, y la ganadería no puede competir ni con deshidratadoras ni con los precios que hoy hay. Aquí la mayoría hacen dos cosechas y la tierra no para. Tampoco les sale rentable ponerte unas hectáreas para la comida de las ovejas. Nosotros nos libramos un poco porque hemos arrendado algo de tierra, pero es complicado”, comenta. Aunque cuentan con su corral en Monesma de San Juan, en torno al que tienen 10 hectáreas, no son suficientes para alimentar a sus ovejas. De ahí, la dificultad del mantenimiento de la ganadería extensiva y el relevo generacional.

Mari Carmen, como su marido, también es originaria de la Ribagorza, del núcleo despoblado de Bafaluy, próximo a La Puebla de Fantova, desde donde se accede por una pista. Fue uno más de los pequeños pueblos que sufrieron la despoblación, aunque siempre han mantenido la casa familiar en pie, Casa Tomeu. Mari Carmen era una niña cuando su familia marchó y acabó en Almacellas. En su casa de Bafaluy tenían animales para su mantenimiento, pero no se dedicaban a la ganadería como en la de su marido, con el que han disfrutado del oficio durante décadas.

Sin embargo, insiste en que las condiciones del sector, a la que se suma la sequía de este año, no se lo ponen fácil. “La montaña tampoco es la que era hace 20 años, que llovía mucho más y tenías más rentabilidad. Este año los ganaderos están súper apurados, porque no hay nada”, describe. “Entonces, ¿te quedas en el pueblo o qué hacemos? Porque se necesita mucha más tierra para poder vivir y en según qué pueblos tampoco hay tierra disponible” reflexiona. El sector necesita ayuda.